Hace muchos años vengo trabajando, estudiando y adentrándome en temas de organización, balance y planificación. Son habilidades dentro de las llamadas de “autogestión” o “autoliderazgo”.
Y encontré algo interesante: nuestro principal problema a la hora de organizarnos es que NO QUEREMOS PERDERNOS NADA. De hecho, este sesgo tiene un nombre propio: “aversión a la pérdida”.
Hay un temor al espacio vacío y a la sensación de que “estamos perdiendo tiempo” (pues también somos conscientes de su finitud). Esto se exacerba con la cultura consumista, acelerada e hiper estimulada en la que vivimos.
Bajo el lema “Exprimí tu vida al máximo” nos atiborramos de tareas, actividades, ideas, compromisos, proyectos…
Y quienes terminamos exprimid@s somos nosotr@s….
A su vez, nuestra necesidad de certeza y control nos lleva a sobre-planificar, sobre-analizar y a frustrarnos cuando nuestros planes no salen como quisiéramos. Y allí, en esos momentos que las cosas escapan a nuestro “control”, buscamos poner parches.
Por ejemplo, inyectar velocidad. Vivir a mil, multitasking. Hacer todo para “llegar”, cumplir o demostrar cuan ocupad@ estoy. Robamos tiempo a otras actividades: descanso, vida social, ocio, proyectos personales, autocuidado… Llegamos a un punto donde cualquier actividad de disfrute o “no productiva” nos genera culpa y malestar.
Entonces, la clave para organizarnos de verdad no está en hacer más cosas. Ni hacerlas mejor o más eficientes.
La clave está en DEJAR DE HACER aquello que nos aleja de la vida que queremos.
(¡Ojo! Esto no solo es depurar; también se traduce en simplificar, optimizar, limitar y delegar).
Y esto nos lleva a las dos grandes preguntas que son la foja cero de la Organización Consciente:
«¿Cuál es la vida que quiero?» «¿Qué debo dejar de hacer de lo que habitualmente hago?»