Primero lo primero: ¿Qué es la procrastinación?
Procrastinar es una palabra que viene del latín y que significa “postergar hasta mañana”. Concretamente es un patrón de conducta consistente en evitar hacer aquello que sabes que tenés que hacer y, en su lugar, haces cualquier otra cosa que te resulta más “cómoda” o menos desagradable. Y es un patrón de conducta que se repite ante ciertas situaciones, convirtiéndolo en el hábito de posponer.
Según estudios sobre el comportamiento humano, por “default” siempre vamos a tender a dar prioridad a nuestras necesidades actuales y a aquello que nos da satisfacción a corto plazo (también llamado “sesgo del presente”), en lugar de aquellas donde el beneficio es a mediano/largo, no inmediato. Entonces, la gran mayoría de nuestros proyectos personales y buenos hábitos que queremos incorporar, entran en el segundo grupo.
Esto es así por algo natural y hasta positivo: realmente no fuimos diseñados para pensar hacia adelante en el futuro más lejano porque necesitábamos enfocarnos en proveer para nosotros mismos en el aquí y ahora. Si nos enfocábamos mucho en el futuro, disminuíamos las oportunidades de sobrevivir hoy.
Causas de la procrastinación
Tener rutinas/hábitos: Los hábitos y rutinas son grandiosos porque automatizan conductas. De esta manera ya ni tenemos que pensar si dicha tarea nos gusta o no, si tenemos ganas o no, etc., porque ya nuestra mente la automatizó.
Muchas veces procrastinamos cosas simplemente porque no son parte de nuestra rutina y por eso para nuestra mente es más “costoso” energéticamente hablando hacer cosas que no tenemos automatizadas.
Un caso típico es cuando somos estudiantes. Si no tenemos una rutina más o menos regular, dejamos el estudio a merced de nuestras ganas, nuestro ánimo o nuestra motivación de ese día. ¿Resultado? Estudiamos todo 2 días antes, por la presión de la fecha límite.
Falta de planificación: La planificación le dice a nuestro tiempo adónde ir, en lugar de preguntarle adónde fue. Cuando no planificamos, vivimos resolviendo cosas sobre la marcha, lo que produce “parálisis por análisis” y fatiga por toma de decisiones, lo cual alimenta enormemente la tendencia a procrastinar y a buscar alternativas que nos resultan más cómodas o agradables.
Cuando planificamos, en cambio, estamos posicionándonos en nuestro “yo del futuro” y nuestros objetivos, y las decisiones que tomamos sobre qué hacer y qué no son mucho más congruentes con aquello que queremos a mediano-largo plazo.
Cansancio y desgaste: Esto lo digo siempre y también tiene que ver mucho con la planificación y también con la auto exigencia.
Las personas tenemos muchos sesgos y falacias a la hora de planificar. Muchos de ellos tienen que ver con ser demasiado optimistas y hacer estimaciones inexactas. Nos ponemos miles de objetivos a la vez, asumimos un montón de compromisos y responsabilidades. Y no estimamos todo el tiempo, la energía y los recursos que todos esos pendientes nos “piden” a cambio.
Eso nos lleva a un círculo vicioso, pues nos sentimos mal, estresados, frustrados por “no llegar” con lo que nos propusimos y por ende por postergar temas/pendientes (sin ser conscientes de que en realidad simplemente eran planes muy poco realistas o una rutina muy sobre exigida e imposible de “cumplir”).
Por eso es TAN importante tener en cuenta el descanso, la recarga, el nutrir nuestras distintas áreas de vida en nuestra planificación integral.
No tener claro el propósito: Muchas veces hacemos las cosas sin pararnos a pensar por qué las estamos haciendo. Hacemos por mandato, por obligación, porque “siempre se hizo así”.
Una frase que me encanta dice “no hay nada más inútil que hacer algo perfectamente que no debería haberse hecho”. Muchas veces hacemos cosas que nada tienen que ver con nuestros verdaderos objetivos, motivaciones e intereses. Y eso claro, conduce a que las procrastinemos, simplemente porque en el fondo sabemos que no nos conducen a la vida que realmente anhelamos.
En cambio, cuando partimos de una visión macro, cuando nos hacemos preguntas poderosas como cuáles son nuestros objetivos de vida, dónde queremos estar de acá a 3 o 5 años, qué es importante para mí, cuáles son mis valores, etc., es mucho más fácil y orgánico tomar decisiones y estar motivados a hacer aquellas cosas asociadas con esta visión.
También muchas veces tenemos claros los objetivos pero en el camino nos los olvidamos y por eso perdemos el sentido de nuestras acciones. Por eso es súper importante que cada semana, incluso cada día, nos conectemos aunque sea un ratito con nuestros objetivos, con nuestra visión, que también la vayamos revisando y ajustando (porque claro, la vida es movimiento y nuestras metas también necesitan irse actualizando).
Por ejemplo, yo suelo procrastinar el armado de nuevos cursos. Porque son complejos, exigen de mí mucho tiempo, mucho análisis, investigación, tareas de armado, producción, diseño, etc. Y si bien amo mi trabajo y hacer cursos, dentro de todo el proceso hay tareas que no me agradan o me generan mayor incomodidad, y eso hace que muchas veces postergue el avance.
Pero a su vez tengo muchísima claridad en el estilo de negocio que quiero y en mis planes a futuro. Y en ese estilo deseado sé que el armado de cursos y el tener una plataforma automatizada son una pieza fundamental. Entonces, aunque me dé fiaca o haya temas que no me agradan, siempre termino encontrando la manera de seguir adelante, de conectar cada tarea por pequeña que sea a un propósito mayor, de saber que cada pasito construye mi vida deseada.
Un ejercicio que les dejo para esto
Cuando hagan una lista de tarea, al lado de cada tarea pongan a qué objetivo contribuye. Por ejemplo, podemos asociar limpiar la casa con tener más tiempo libre, con poder reunirnos, con disfrutar mucho más de nuestro hogar, sentirnos a gusto, etc. Este pequeño hack nos ayuda a que nuestra mente asocie tarea con propósito y eso aumenta la motivación y la claridad.
Perfeccionismo … ¿nuestro enemigo?
Las personas perfeccionistas tienden a dilatar el inicio o el fin de una tarea porque sienten que nunca es suficiente, que siempre falta algo. O bien esperan el “momento perfecto” o a tener todas las respuestas o las herramientas para avanzar. Nos trabamos o demoramos en tomar decisiones por no tener el control 100%, por miedo al fracaso, al rechazo, a que no salga como esperamos. Entonces procrastinamos.
Otra consecuencia del perfeccionismo es que justamente bajo esta premisa de que “tengo que poder con todo” nos llenamos de pendientes, nos cuesta poner límites y decir que no, evitamos delegar, pedir ayuda, simplificar, etc. Porque sentimos que si no hacemos todo nosotros, y no lo hacemos excelentemente bien, no somos valiosos, no somos importantes, estamos “fallando”. No somos lo suficientemente “productivos y exitosos” como quisiéramos.
En cambio, vivir a full, estar con mil cosas a la vez, ser una persona pulpo, es aplaudida por la sociedad y se pone como parámetro de una persona exitosa y valiosa.
Nos ponemos estándares tan altos y nos esforzamos tanto por cumplirlos que terminamos procrastinando y demorando el avance porque siempre habrá algo por mejorar, por corregir.
Por último y en relación con esto, es importante saber que el perfeccionismo es básicamente miedo: al fracaso, a la crítica y la burla, a perder el control de la situación, al rechazo, a quedar como impostor@s, a no saber qué hacer con el resultado, y un largo etcétera…
Distinta es la EXCELENCIA, que trata de dar lo mejor posible con los recursos que cuento en el momento, con la mirada puesta en la mejora continua y el aprendizaje.
El perfeccionismo busca lo peor de nosotros, es esa vocecita que nos susurra que no somos suficientes.
La excelencia, en cambio, nos ayuda a aceptarnos, honrarnos, reconocer nuestras fortalezas, sabernos seres en constante movimiento y evolución.
Si querés aprender más de estos mecanismos de procrastinación y aprender más de 10 estrategias concretas para cortar el circuito de la postergación y entrar en acción, no te podés perder nuestro SEMINARIO «VENCER LA POSTERGACIÓN».